Escribir como un niño

«Escribir es lo más creativo, lo más gozoso, el soplo que da vida a las figuras aún inertes, lo que sería en el cine poner la cámara en acción o tomar sus pinceles el pintor tras algunos bocetos, pero también es lo más delicado y lo más arduo. Yo siempre me acerco al atril con el temblor del enamorado primerizo en los albores de una cita. Y por querer, yo quisiera escribir como un niño a quien el hombre sabio y experimentado con destrezas adquiridas en muchos años de soledad y de estudio, viene a rendirle pleitesía, a ofrecerle presentes, como si el niño fuese un rey caprichoso y tiránico, pero legítimo y único rey al fin. Tantas mañanas de escritura, tantos atardeceres de descansar la mejilla en la mano, los ojos escocidos de tanto leer… Qué sé yo, todo eso cansa, y a veces aburre y desanima… Pero el niño es incansable y juega sin parar, y cuando el sabio duerme con su camisón y su gorro con borla, el niño sigue jugando con botones y cajas de cartón que son ejércitos y reinos y batallas, poniendo en el mundo un orden nuevo, contando para sí las historias secretas que el ciego corazón le dicta. Así es como me gustaría escribir y así es como sueño que escribo en mis buenos momentos de inspiración».

‘El balcón en invierno’, de Luis Landero.

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Y una canción.