Mis libros de 2017
He leído de forma enfermiza durante varios meses de este año, como si fuera una droga. Y también tuve incapacidad absoluta para leer una sola página durante varias semanas a comienzos de este verano. Un reencuentro casual en una librería de viejo con ‘Nubosidad variable’, de Carmen Martín Gaite, me despertó del letargo.
«La sorpresa es una liebre y el que sale de caza nunca la verá dormir en el erial».
– ‘Apegos feroces’, de Vivian Gornick (Sexto Piso). Una novela autobiográfica o un libro de memorias hecho novela en la que se radiografía la relación de amor-odio entre una madre y una hija. De cómo crecer en un bloque del Bronx, de cómo ser mujer y buscar la libertad, de cómo la infancia y la adolescencia marcan las relaciones futuras. De esas relaciones que naufragan porque no tienen un territorio propio que cartografiar.
– ‘La noche de la pistola’, de David Carr (Libros del KO). He hablado muchas veces aquí de mi debilidad por los libros de memorias y este es un ejercicio excepcional. Carr, ese periodista del New York Times al que vimos en ‘Page One’, decide investigar su propio pasado. Un pasado en el que se mezclan las drogas, los malos tratos, el alcohol y la reinserción. Un libro escrito con la precisión de un cirujano.
– ‘El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros’, de Leslie Jamison (Anagrama). Todos nos llenamos siempre la boca con lo empáticos que somos. Después de leer este libro no solo reconocí la multitud de veces que no he sido empática con gente que quiero, también me di cuenta de cómo esperamos la atención del otro, la empatía, sin ser capaz de pedir ayuda en voz alta. El primer y el último ensayo de este libro son excepcionales.
– ‘Qué vas a hacer con el resto de tu vida’, de Laura Ferrero (Alfaguara). He leído dos veces este libro maravilloso que habla de islas y de faros. De cómo todos nos comportamos como islas y de cómo hay gente que actúa como faro regalando luz a costa de la propia. Un libro sobre el dolor y sobre la incapacidad de quererse bien.
-‘Con rabia’, de Lorenza Mazzetti (Periférica). Sorpresa de final de año, no había leído nada de Mazzetti, ni conocía su historia personal. Aquí se mezclan vida y literatura porque Lorenza, que tiene una hermana gemela y fue sietemesina, vivió con sus tíos tras la muerte prematura de su madre. Unos tíos y unos primos, de apellido Einstein, a los que asesinaron las SS. Esa historia la convirtió en una novela en la que una adolescente abre los ojos a la vida y comprueba lo difícil que es todo por el mero hecho de ser mujer. Mazzetti está ya en mi altar personal junto a Natalia Ginzburg.
-‘El club de los mentirosos’, de Mary Karr (Periférica & Errata Naturae). Aquí también se mezclan vida y literatura. Es un libro de memorias en el que Karr mira su dramático pasado sin pizca de dramatismo. Un ejercicio de abrumadora sinceridad.
– ‘Mejor la ausencia’, de Edurne Portela (Galaxia Gutenberg). De cómo la violencia genera violencia hasta convertirse en algo estructural. Cuenta la historia de una familia de la margen izquierda del Nervión en la época de violencia brutal de ETA, de los GAL, el paro y la desindustrialización. Portela juega con dos voces, la de una niña y la de esa niña convertida en adulta. Esa primera parte, con esa voz infantil, es buenísima. En este momento de fenómeno ‘Patria’ merece mucho la pena acercarse al trabajo de Portela, también a su primer ensayo: ‘El eco de los disparos’.
– ‘El domingo de las madres’, de Graham Swift (Anagrama). Una novela bellísima de la que casi no se puede decir nada para no romper la magia. Es cortísima, pero esa larga primera escena es de lo mejor que he leído este año.
-‘La vida negociable’, de Luis Landero (Tusquets). Landero es uno de mis escritores españoles favoritos y en esta novela reúne todo su universo. Un pícaro que se inventa mil vidas y ve mil veces cómo se derrumba. Un libro que ha dado para muchas tertulias con amigos en las que nos planteábamos cómo vamos negociando con la vida y traspasando líneas rojas que nunca imaginamos.
-‘Cáscara de nuez’, de Ian McEwan (Anagrama). El Nobel se lo ha llevado Ishiguro pero, para mí, McEwan es junto a Julian Barnes el mejor escritor inglés vivo. Sí, ya sé que eso es mucho decir de la Generación Granta. Esta novela es puro McEwan, dilema moral mediante. El narrador es un feto y la cáscara de nuez que mencionó Shakespeare en ‘Hamlet’ es el útero materno desde el que ese feto se siente rey del espacio infinito.
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Y una canción.