Gregorio Morán sobre la dimisión de Suárez y el papel del Rey
“En resumen, que a Adolfo Suárez le obligaban a dimitir unas “circunstancias” oscuras que él no quería precisar, pero sí tenía la voluntad de dejar bien sentado que no le echaban -“Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido…”-. Ese “nadie” no podía ser otro que el Rey, que si no se lo había pedido explícitamente, le había dado motivos para interpretar que lo mejor era que se fuera.
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Siempre se había creído -porque así debió desearlo tanto el Rey como Adolfo Suárez, y así lo contaron Josep Melià y demás voceros- que antes de leer su discurso de dimisión y despedida, Suárez había tenido la gentileza de enviar el texto a La Zarzuela, para que el Rey y su gente lo supervisara. Un gesto de respeto hacia Su Majestad. No sólo no fue así, sino todo lo contrario. Puesto que Adolfo no estaba dispuesto a hacerlo llegar previamente a La Zarzuela, el Rey mandó a su secretario político, Sabino Fernández Campo, a personarse en Moncloa y supervisar el texto antes de su grabación.
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“Me voy sin que Nadie me lo haya pedido” no estaba en el texto que Suárez iba a leer.
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De todas maneras, lo que podemos asegurar hasta el día de hoy consiste en lo siguiente: Adolfo Suárez, en su intervención definitiva en RTVE, hacía una referencia distante y obvia a la Corona, pero dejaba en el aire las suposiciones sobre “las actuales circunstancias”. Después de la visita del secretario del Rey aparece la “significativa” frase: “Me voy sin que Nadie (Su Majestad) me lo haya pedido”. Lo cual era incierto. El Rey le hizo saber que debía irse, porque amenazaban un golpe de Estado y creía tener el único ungüento que podría curar la situación: un gobierno de gestión y unidad presidido por Alfonso Armada”.
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“El día 23F Suárez se convierte en el paradigma de la democracia, en el líder de una transición que en esencia él representa, tanto, que los golpistas le consideraron como objetivo primordial a derribar y humillar. El mismo día que él, ante el conjunto de la sociedad española, se ganó todos los galones que jamás nadie habría de ganar en el periodo democrático. Pero ese mismo día ha cavado definitivamente su fosa política. Su gesto digno y valiente es el RIP de su carrera política. Ya nada podrá ser igual; ni recuperado, ni superado, ni redimido. Hubiera sido igual ponerse de rodillas ante los invasores del Parlamento, o meterse debajo de la butaca azul.
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El 24 de febrero de 1981, con el país acongojado y él exultante, lo único que de seguro no se le pasó por la cabeza fue retirarse. Al contrario, si se había podido deshacer de la conjura hasta su fracaso total, ¿acaso no era el momento de volver a la situación anterior? Desenmascarados los golpistas, y muy especialmente su acérrimo enemigo personal, Alfonso Armada, no había ninguna razón para que él no pudiera seguir siendo el presidente ¿O sí la había?
La respuesta la dio el Rey la misma mañana del 24 de febrero, cuando Adolfo, aún presidente, le pidió a Juan Carlos expresamente que quería seguir y éste le respondió que ése era ya un capítulo cerrado. O en otras palabras, una cosa era que los golpistas hubieran fracasado en la envergadura de su plan y de sus objetivos, y otra que siguieran existiendo las razones primordiales que habían urdido la conspiración y organizado el golpe. Adolfo Suárez no podía ser presidente. Y esta imposibilidad, impuesta por los poderes fácticos como algo incontestable, sería el baldón que Suárez tratará de quitarse cruzando un desierto durante diez años. Para que llegara un momento que el Rey se tragara sus palabras, y los golpistas y los poderes fácticos sus miserias. Será el techo que Adolfo nunca entendió hasta que hubo de rendirse a la evidencia. Todo él, hiciera lo que hiciera, estaba amortizado”
Fragmentos extraídos del más que recomendable libro de Gregorio Morán: ‘Adolfo Suárez. Ambición y destino’.
Y también esta entrevista en Jot Down a Gregorio Morán.