Mis libros de 2018

by Lara Hermoso

Los últimos doce meses han sido un viaje en una montaña rusa. Un año extraño, de muchos altibajos, un año de decepciones también literarias. Haciendo recuento he leído muchos libros, pero creo que no he elegido demasiado bien. Aún así se salvan un puñado de títulos, lugares a los que querer regresar.

«Toda historia de amor no es otra cosa

que dos modos distintos de hilvanar los olvidos»

 

La primera mano que sostuvo la mía, de Maggie O’Farrell. Creo que mi novela favorita de este año, por la capacidad para describir y para mirar que tiene O’Farrell. Un libro en el que vuelve a ahondar entre lo que soñamos ser y lo que somos, un libro que nada entre las expectativas y la realidad. De cómo las mentiras condicionan vidas y de cómo la maternidad lo cambia absolutamente todo.

 

Una educación, de Tara Westover.  Imagina a una cría que crece en el seno de una familia mormona radical, perdida en las montañas de Idaho. Una cría que pasa su infancia trabajando en el desguace familiar, sin pisar la escuela ni visitar nunca al médico, soportando los malos tratos de un hermano psicópata. A los diecisiete entra en el sistema educativo y termina doctorándose en Cambridge. Tara Westover ganó Una educación y perdió a un padre y a una madre en el camino. Un libro doloroso e hipnótico.

 

Conversaciones entre amigos, de Sally Rooney.  Hay que leerlo como un relato generacional. Una novela fresca, divertida, que habla de hacerse mayor y de las decepciones que uno se lleva por el camino. El libro que regalar a todos los cascarrabias que dicen que los millennials no tienen nada que contar.

 

Mis rincones oscuros, de James Ellroy.  Llego veinte años tarde, pero es uno de esos libros que tardaré otros tantos en olvidar. El perro loco habla de su infancia y su adolescencia, de cómo el asesinato de su madre ha marcado toda su vida, de la obsesión con la que trató de averiguar quién estaba detrás del crimen. Un relato que muestra a un Ellroy mucho más inquietante (y ya es decir) de lo que nunca hubiera imaginado, un libro que explica todo su universo narrativo.

 

La dimensión desconocida, de Nona Fernández. Hice la transición del 2017 al 2018 con este libro extraño, peculiar, que habla de la necesidad de todo un país de hacer memoria. A través de sus propios recuerdos y de la historia real de un miembro del servicio secreto de la Fuerza Aérea Nona Fernández reconstruye los años de la dictadura de Pinochet. Un libro en el que hay secuestros, confesiones, huidas… mientras la vida sigue, instalada en una extraña cotidianidad.

 

La mujer singular y la ciudad, de Vivian Gornick.  Cuando leo a Gornick siempre tengo la sensación de que tiene algo que decirme, leo este libro y a la vez paseo con ella por las calles de Nueva York y la escucho y reflexiono. La autora repite mucho que el amor no es lo más importante en la vida, pero lo cierto es que al final demuestra que casi todo en la vida pivota en torno a esas cuatro letras.

 

Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson. Es un libro que habla del amor, con mayúsculas, y de cómo vivirlo siendo la otra. Jeanette Winterson vivió una apasionada relación con Pat Kavanagh, pero también vio como ella regresaba a casa con su marido, el escritor Julian Barnes. Y a mí, que siempre me ha fascinado la historia de amor entre Barnes y Kavanagh, me estalló la cabeza al leer esta novela y descubrir el amor y el dolor que, intuyo, alimentan esta ficción. Advierto que tal vez no sea una novela para cualquier lector por el lirismo con el que escribe Winterson, pero es de una belleza desoladora.

 

Hija de revolucionarios, de Laurence Debray. Al llegar a la última página me habría encantado tener el teléfono de Régis Debray, llamarle y preguntarle qué piensa de este libro. Laurence Debray ajusta cuenta con su padre, el autor de Revolución en la revolución,  seguidor de Fidel Castro y el Che Guevara. Debray siempre fue un personaje controvertido, pasó cuatro años preso en Bolivia y después fue virando su comunismo radical hasta convertirse en consejero de Mitterrand.  Su hija enfatiza en que además de un revolucionario siempre fue un francés de familia bien, un burgués, alumno de la Escuela Normal Superior. El libro es una carta a su padre, pero también una enmienda a los intelectuales revolucionarios de café.  La autora abre el libro con una cita de El Misántropo, de Molière, que nunca sonó tan acertada: “Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona”

 

Corre, rocker, de Sabino Méndez. Pensando en los libros de memorias que he leído este año me quedo con las de Sabino Méndez. El letrista (y guitarrista) de Los Trogloditas repasa una época de la música y de la historia de España en la que las drogas fueron protagonistas. El músico desfiló por la cuerda floja, vio a amigos perderse en el abismo, pero consiguió salvarse. El retrato que hace de Loquillo lo deja a la altura del betún, pero el libro tiene unos cuantos años y la reconciliación con el Loco la selló La nave de los locos.

 

Aprender a hablar con las plantas, de Marta Orriols. Este libro habla del duelo y la traición, de cómo superar la muerte de tu marido apenas un par de horas después de que te dejara por otra. ¿Qué duele más? Una novela que flaquea al final, con un desenlace algo forzado, pero en la que late la vida, dolorosamente normal, en cada página.

 

 

Cierro el año terminando las estupendas memorias de Robert Gottlieb y con Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, esperando en la mesita. Felices lecturas en 2019.

 

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Y una canción.