Lo importante
by Lara Hermoso
Tengo miedo. Tengo un miedo egoísta e irracional. Tengo miedo de que le pase algo a mis seres queridos y no poder estar cerca.
El coronavirus es un monstruo con muchos tentáculos, que nos zarandea por todas partes. Nos hemos subido a una noria que no deja de girar, no paramos de consumir datos, de pensar en las consecuencias económicas y políticas de la pandemia. Yo también estoy preocupada por la recesión que se avecina, por los amigos a los que ya han incluido en un ERTE y los que están esperando. Yo misma me paso el día leyendo decretos con medidas económicas para tratar de amortiguar la catástrofe, pendiente de reuniones (estériles) por videoconferencia de jefes de Estado y de Gobierno, de lo que dice o deja de decir el BCE. Pero que no se nos escape lo importante.
Mientras escribo esto en España la cifra de contagiados supera la barrera de los diecisiete mil, hay más de novecientas personas en la UCI y 767 muertos. Setecientos sesenta y siete. La gran mayoría de los fallecidos son mayores de sesenta y cinco años, muchos de los abuelos que rescataron a las familias durante la crisis de 2008. En 2020 son solo ancianos y parece que sus muertes ya no importan. Como si se hubieran convertido en seres invisibles, como si a sus familias no les doliera su ausencia.
Y yo estoy aterrorizada. Mi madre tiene 65 años y mi padre 67, ambos con patologías previas. Ambos viven en un pueblo de quinientos habitantes con el hospital más cercano a treinta kilómetros. La España Vaciada no es un relato mágico, ni el argumento de libros y películas. Es una realidad. La suya. La nuestra. Y yo vivo a trescientos kilómetros de distancia cargada de culpa.
Decía el otro día Carlos Alsina en su monólogo que “en una crisis como esta aflora todo lo que en verdad somos”. Ayer mis amigos S. y R. aseguraban en un grupo de Whatsapp, que es como se filosofa ahora, que si hay una realidad empírica que podemos extraer de estos días es que cuando uno ve cerca el fin del mundo siempre se acuerda de sus ex. Necesita hacer borrón y cuenta nueva. O tal vez sea que necesitamos una pandemia para ser capaces de separar lo importante de lo superfluo. Cuando más necesitamos sentirnos queridos. Cuando más miedo tenemos a la soledad. Cuando somos conscientes de que los trescientos kilómetros de distancia de casa son más que una cifra. Como esa cifra de 767 muertos que diez minutos después ya se ha quedado obsoleta.
Lo escribió Joan Didion al inicio de El año del pensamiento mágico:
“La vida cambia deprisa
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”.
Parece que el mundo se tambalea, pero es el primer mundo el que lo hace. Porque en el tercer, cuarto y quinto mundos no habrá modo de parar esto de modo alguno. Allí sí que no hay medios para nada en prevención ni, por supuesto, cura. Pero claro esa realidad es tan lejana como si fuera la de otro planeta. Nos importa muchísimo más el catarro propio (o, por mejor decir ahora, una gripe) que el cáncer del vecino.
No digamos ya nada sobre esos submundos paralelos, pues no habrá contacto con su realidad, que no cuentan para nosotr@s lo más mínimo. Ellos mueren cotidianamente, deben hacer cola para poder lograr un poco de comida. Como para pedirles que no salgan, ni que se acerquen a otr@s… de qué les serviría todo ese nuevo terror adicional con el que tendrán que convivir.
Allí sólo los más fuertes restarán vivos. Aquí solo queremos restar esta amenaza tan dramática. Pero no logramos sumar ni siquiera la solidaridad necesaria para poder atrancar la salida de este bicho.
El pánico únicamente parece mayúsculo en nuestro cómodo primer (¿y único?) mundo.
Sé que eres una ávida lectora. Pues es hora de releer La Peste de Camus.
Buen finde y, sobre todo, que no pases frío. Ya es primavera, aunque no nos demos ni cuenta.
Saludos,
Francis
@fjmsegovia
P. S. – Disculpa, no he hallado el lugar donde poder inscribirme a este magnífico Blog. Ya me dirás, si puedes. Gracias.